domingo, 19 de abril de 2009


El atractivo del conocimiento sería muy pequeño si en el camino que lleva a él no se hubiera de superar tanto pudor.

El amor a uno solo es una barbarie, pues se practica a costa de todos los demás. También el amor a Dios.

Si uno tiene carácter, también tiene una vivencia típica y propia, que retorna siempre.

Quien alcanza su ideal va, por eso mismo, más allá de él.

En tiempos de paz, el hombre guerrero se acomete a sí mismo.

Con nuestros principios queremos tiranizar o justificar u honrar o injuriar u ocultar nuestros hábitos: - dos hombres con principios idénticos probablemente quieren, por esto, algo radicalmente distinto.

Un alma que se sabe amada pero, a su vez, no ama delata su substrato: - el fondo más fondo de ella aflora a la superficie

Una cosa que queda explicada deja de interesarnos. - ¿Qué quería decir aquel dios que aconsejaba: «¡Conócete a ti mismo!»? ¿Acaso esto significaba: «¡Deja de interesarte a ti mismo! ¡Vuélvete objetivo!»?

Precisamente con aquello que a otros los pone graves, con el odio y el amor, los hombres graves, melancólicos, se vuelven más ligeros y se elevan por una temporada hasta su superficie.

En la afabilidad no hay nada de odio a los hombres, pero justo por ello hay demasiado desprecio por los hombres.

Madurez del hombre adulto: significa haber reencontrado la seriedad que de niño tenía al jugar.

Cuando uno amaestra a su conciencia, ella al remorderle lo besa.

El peligro inherente a la felicidad
: -"Ahora todo redunda en beneficio mío, ahora amo cualquier destino; - ¿quién quiere ser mi destino?"

Cuando en el juego no intervienen el amor o el odio, el juego de la mujer es mediocre.

Lo que alguien es comienza a delatarse cuando su talento declina, - cuando deja de mostrar lo que él es capaz de hacer. El talento es también un adorno; y un adorno es también un escondite.

Por lo que más se nos castiga es por nuestras virtudes.

Quien no sabe encontrar el camino que lleva a su ideal lleva una vida más frívola y descarada que el hombre sin ideal.

Inducir al prójimo a que se forme una buena opinión de nosotros y, a continuación, creer religiosamente en esa opinión: ¿quién iguala a las mujeres en esa obra de arte? -

En torno al héroe todo se convierte en tragedia, en torno al semidiós, en drama satírico; y en torno a Dios - ¿cómo?, ¿acaso en «mundo»? –

Es preciso retribuir tanto lo bueno como lo malo: mas ¿por qué hacerlo precisamente con la persona que nos ha hecho bien o mal?

No amamos ya bastante nuestro conocimiento tan pronto como lo comunicamos.

No odiamos mientras nuestra estima es aún pequeña, sino sólo cuando es igual o mayor a la que tenemos por nosotros mismos.